El pueblecito (entonces bejarano, hoy abulense) donde santa Teresa pasó tres meses en manos de una curandera también tuvo la fortuna de contar entre sus vecinos a Unamuno, siquiera fuera para pasar algunas vacaciones con la familia, tanto en su etapa rectoral como tras regresar de Francia. Llegó a habitar allí en dos casas distintas, siempre junto al río Becedillas. Su última estancia tal vez fuera la de los últimos días del mes de julio de 1930, en el primer verano tras su regreso del exilio, cuando la naturaleza serrana de Becedas (trascendida en Unamuno siempre hacia la espiritualidad) le inspiró ―entre otros que escribió allí― numerosos versos que aluden a ella: «Noche de orilla del río, / chopo ceñido de estrellas, / santo silencio que sellas / la quietud del albedrío».
En «Paisaje teresiano» (1922) escribió: «Miré a Becedas. La villa, a la distancia, aparecíaseme cual una enorme tortuga roja ―del color de sus tejados― con un cuerno, que era la torre de la iglesia. Y recordé las calles por las que corre al sol y al aire el agua del arroyo, donde a las veces pican las gallinas, y los tiestos de flores en las galerías de madera y aquellas grandes piedras que sostienen estas galerías, piedras vivas, casi vegetales, que guardan el aire de la cantera. Que en esta tierra de encinas pétreas la piedra suele tomar ternuras de madera».