Si encontramos en esta clase pudiente que silencia su fragorosa corrupción debajo del manto de una sobriedad callada, ¿por qué entonces no combatirla alistándonos en el bando opuesto: el del carnaval popular, el del ruido, de los bailes y de la celebración que exorciza los males del mundo?
De aquí nuestra idea: si la corrupción política es un festín privado, oculto y excluyente, convertir nuestra protesta en el sonido de un carnaval de resistencia, un peregrinaje danzante que pase por aquellos lugares donde la corrupción se esconde arrastrándola al espacio público, visibilizándola y denunciándola al estilo de los carnavales críticos que han sacudido el mundo en los años 90.